Una razón para quererte
I
Niño yo. Aprendí tu nombre desde muy temprana edad,
Desde entonces, admiré tu estandarte desde mi realidad.
Me enseñaron que tus colores representan a nuestra nación,
El amarillo, azul, y rojo; una incompleta obstinación.
En los patios de la escuela cantamos el Himno Nacional,
Nuestras voces en todo lo alto; un cantar excepcional.
Con la mano derecha en el pecho sintiendo el corazón,
Para no perder el amparo de la ilustre y esquiva razón.
II
Crecí en tus calles y valles viéndote a ti también envejecer.
El sueño de ver por fin al león corrupto entregarse y perecer,
Nada, pero un monumento de promesas ciegas y vacías.
Todo, pero huesos y memorias de soldados caídos en miserias.
El anhelo en las entrañas del ciudadano de volver a confiar,
Sin saber que desde arriba lo quieren para siempre silenciar.
En las faldas del gran Pichincha mi madre me fue a parir,
Desde entonces siempre me pregunto dónde iré a morir.
III
Bastardos aquellos. Que se aprovechan de tu bondad y de tus hijos,
Que posan desnudos para ser aplastados cuales simples escarabajos.
Un payaso, un sánduche, una tarima; la elección adulterada.
Un circo, manos limpias, inocentes todos; la década profanada.
Culpa tuya será por tener hijos que jamás aceptarán sus errores,
Que al salir el sol corren con palos y piedras a defender a sus captores.
Sin saber que están jugando con su mañana y su propio porvenir.
Sin saber que el circo y sus verdes títeres son quienes se deben ir.
IV
Deberé escuchar esos ladridos sabatinos para yo también creerles,
Para yo también rebajarme y comportarme como esos viles animales,
Que tiran fuego y piedras a todo aquel que no obedece como ellos,
Siempre hambrientos y dispuestos a realizar todo tipo de atropellos.
Desde los más insignificantes hasta los más inhumanos y desastrosos.
Entre las piernas de la corrupción, todos se convierten en ambiciosos.
Al final tú, madre, eres la que pierde y quien retrocede aún más,
Tu progreso, tu desarrollo, tu pueblo; mejor que antes, jamás.
V
El daño es hoy irreversible en la hipócrita memoria de todo aquel,
Que asustado con infames amenazas, hoy camina con una herida cruel.
Con una elaborada mentira mundial nos engañaron y tú decidiste acatar,
Y algún día, cuando menos lo esperes, ellos mismos te van a destrozar.
Hermanos alguna vez, rivales esta vez; cada quien con su propia retórica.
Mañana se repetirá todo lo que hemos sobrevivido; una burla histórica.
Muchos estarán de acuerdo con todos estos abusos; claro, cómplices son,
Muchos aceptarán sin cuestionar la orden superior; claro, borregos son.
VI
El amarillo. Dícese de tu riqueza que yace en tu tierra fecunda,
Riqueza que hoy vive en el imaginario del individuo de segunda.
Dichosos los mortales que han visto el verdadero resplandor de tu oro,
Desgraciados de nosotros que jamás apreciaremos aquel fértil tesoro.
Escondido yacen hoy las últimas alforjas de aquel divino castigo.
A la luz de cada día camina entre nosotros ese moribundo testigo,
Que vencido por el brillante rubor de la ambición dejó de existir,
Para luego revivir en el ficticio del pobre apto para ir y destruir.
VII
Debo hoy alegrarme con ver tu semblante detrás de una vitrina.
Después de todo, es lo único que me queda de toda esta doctrina.
Que nos enseña a quererte con desiertas palabras carentes de vida.
Míranos hoy madre, cuán desesperados estamos en buscar una salida,
O una vil promesa de una mejor oportunidad muy lejos de tus brazos,
Sin saber que con ello nos entregamos a más crueles latigazos.
Expulsados de tus fronteras y privados de tu protección maternal,
Mañana será el principio del fin en esta larga travesía infernal.
VIII
El azul. La fuerza de tus olas y el resplandor de tu cielo.
En la infinidad del firmamento el poderoso cóndor va de duelo.
Desesperado agita sus alas queriendo perderse al fin en la distancia,
Al saber que hoy sus hijos muestran todo pero inexplicable ausencia.
En la grandeza de tu cielo, el cóndor da rebotes de desconsuelo.
Sin piedad alguna, un disparo basta para llevarlo a un riachuelo,
Donde su sangre escribirá infinitas memorias de épocas de plenitud,
Junto a ti y tus vástagos de quienes hoy repudias su apática actitud.
IX
Dichosa la República en recibir la abundancia y placeres del mar.
Un frente más, un lugar más para nuestra alegría derramar.
Que la abundancia llegue a nuestras costas por siempre,
Para que mañana, los hijos de tus hijos, vivan contigo por siempre.
Que la tranquilidad de tus aguas no nos tome desprotegidos,
Ya que tu bondad se puede transformar en crueles golpes álgidos.
Sin duda el azul de tus aguas es tan profundo como el de allá arriba.
Sin duda es motivo suficiente para que hoy yo te escriba.
X
El rojo. Ni tú, madre, has estado exenta de conflictos bélicos.
Cuando la razón sucumbe, el poder brutal colma los periódicos.
Reímos en tiempos de acuerdos, pero la violencia dicta la historia.
Que la extranjera ambición hallase su perdición en la victoria,
Fue el sueño y el ferviente anhelo de aquellos que por ti lucharon,
En su camino a detener a esos invasores del sur que al final cayeron.
Insensatos ellos quienes a nuestra paz osaron ciegamente irrumpir,
Nosotros, tu hijos, daremos todo para evitar verte a ti sucumbir.
XI
Triste y despiadada la realidad que hoy, cada uno tiene que afrontar.
El actuar de esos déspotas que buscan a nuestra República fragmentar,
Es la causa de cada disparo, de cada vida, de cada injusticia en las calles,
Cobardes sin ninguna vergüenza o impedimento, hoy ocultan los detalles.
Culpables son, pero caminan libremente entre nosotros con una sonrisa,
Las armas apuntan hoy hacia nosotros y nos persiguen a toda prisa.
Mañana, no quedará a la vista ninguna verdad o libre opinión que discutir.
Pronto, el puño de acero caerá sobre nosotros hasta nuestras voces extinguir.
XII
Esos niños. Que con sus mochilas más grandes que ellos van a sus aulas,
Para aprender sobre tu gente, tus héroes, tus bastardos y sus mandíbulas.
Bajo la protección paternal crecen con el ideal de un legítimo mañana,
Pero poco les basta para que se enfrenten a la irrefutable realidad humana.
Dichosos quienes nacemos bajo el cobijo de la costa, Andes, o amazonía.
Desde el alto Chimborazo hasta la costa y selva; tu sonrisa muestra agonía.
Para nacer, crecer y morir; siempre y cuando sea bajo tu firmamento,
Pondré en tus manos lo que sea necesario para ser tu mejor instrumento.
XIII
El que tenga en sus manos el corazón de la juventud; triunfará.
Y quien capture para sí mismo su ferviente y feroz lealtad; vencerá.
Es la fragilidad e inocencia de la niñez la que debemos hoy proteger,
Con ello tú, madre, podrás mañana realmente de las tinieblas emerger.
Ignorado por muchos; el mal camina entre nosotros y se viste de colores,
Se alimenta de nuestra debilidad para después atacar nuestros valores.
Asquerosos depredadores sin alma y llenos de odio que solo buscan destruir,
A los más indefensos quienes son la única fortaleza de nuestro porvenir.
XIV
Adulto yo. Con profunda consternación veo sangrar esta incompleta papeleta.
La aspiración de conseguir un cambio, hoy no es más que una promesa obsoleta.
Con una raya debo —escoger— cómo aplastar lo que queda de nosotros.
«Dios, Patria y Libertad» ¡al tacho con todos aquellos pisoteados rostros!,
Que durante años han sido nuestra dirección en medio de esta devastación.
Miserable el putrefacto afán de aquellos que hoy te hunden en humillación.
En silencio eterno yacen los reclamos de hombres que con justa razón,
Juraron alzar su voz y proteger tu nombre de quienes traicionaron tu corazón.
XV
Es mi ferviente anhelo el verte triunfar y prosperar por todo lo alto.
Hoy dicho sueño no es más que un frío cadáver sobre el asfalto.
Quizá no sea mi dicha el poder verte por fin gozar en prosperidad.
Mi agonía terminará, pero tú seguirás sumida en profunda oscuridad.
Pasarán días y décadas para que tus hijos puedan abrir los ojos.
Una condena centenaria es lo único que puedo distinguir a los lejos.
Mi voz se apagará, mi corazón cesará, pero desampararte jamás,
A ti madre, la República del Ecuador, por encima de todo lo demás.
A mi nación y a mi padre.
FrASuing